CATFISH LOUIS & WASHBOARD JOHNNY & FRIENDS PLAYS IN www.residencecafe.com ante un público atento…
Hay veces que un músico es capaz de dar lo mejor de sí mismo. Hay veces que un escritor es capaz de escribir una novela o la esencia de ella en una noche. A veces los pintores dan trazas a tientas y otras veces el pintor acierta a pintar el lienzo perfecto. Unas veces se gana y otras veces se pierde –como decía el concurso de los ochenta-, hay cosas que son inamovibles, unas cosas son maleables, y otras cosas definitivamente son exclusivas. Y hay veces que el escritor tiene que mojarse para contar la realidad; pues bien, este escritor está obligado a comentar su realidad subjetiva. Es la labor del cronista musical: comentar el órdago que acaba de ver, sea para bien o para mal.
Desde la última vez que vi a Catfish Louis en acción, hará algo así como un año, pero en fin, no vamos a ponernos melancólicos. Efectivamente, he visto a Louis, se puede decir que he visto al señor de las cuerdas, un hombre capaz de mover la cabellera más enjuta y engominada del público más sórdido y loco, el público más solemne y serio, y el público más entendido también. El único público que sobra fue el que en la primera mitad del concierto dieron la murga por detrás… Cómo no… Los cobardes siempre atacan por detrás, te dan por el culo, pero claro, ahí estaba el cordón sanitario de los aficionados al buen blues, el amor a los amigos, el afán de amistad que nos une a todos; y sobre todo ese buen rollo que inunda todos los viernes y sábados del Residence: un refugio para nostálgicos del CBGB de Nueva York.
Llegué diez minutos tarde a mi cita habitual con las cervezas y el humo, y me mezclé con el almizcle de los Apalaches, mezclé la bebida espirituosa de las montañas cantábricas con el aroma de las fogatas indias, y llegué a irradiarme con las ondas eléctricas del blues más auténtico. Los temas habituales se dieron cita en la sala, el que pasó después del primer pase vio lo mejor de la película. Pero había un montón de viejos temas y otros nuevos en la carpeta de Catfish, unos señalados en rojo y otros sin señalar… La verdad es que hubiera estado horas viéndoles y animándoles a que tocaran el bis eterno, pero la resistencia humana tiene un límite…
Estaba ideando mi venganza tramada tras segundos en un bucle de tiempo entre el humo del bar, y al final la venganza iba a ser lo más liviana posible, gracias a que el buen blues, el buen rollo, los buenos músicos, la buena medicina del amigo invierno me ha infligido en mis huesos, y cual participio me está redundando como gerundio pesado.
La trama de la película es ésta que os cuento a continuación, y no tiene más secreto. Si os creéis que os voy a contar que ha venido tal famoso al bar con la modelo de moda, estáis muy equivocados, porque tampoco he visto a ningún famoso; en Residence no existe eso…
Todo un éxito el concierto. Catfish ha sido como una apisonadora del blues, acompañado del incombustible Washboard Johnny el experto en lavadoras mecánicas y cortadoras de troncos musicales, el mesías del blues Yahvé Mediavilla y el chico de los fuegos artificiales Fidi, un mago del saxo, de la travesera y del flautín atontador de ratas, ovejitas, abejitas y zánganos de la miel del blues…
Todo esto ha acontecido en el Residence Café, un lugar del que hablo mucho, y poco se conoce en otros sitios de Bilbao, sólo se ha oído hablar de él, podría ser algo así, como el Reino de Mórdor, pero en clave musical; la gente que vamos allí tomamos un pan élfico muy nutritivo que trata de paliar el hambre cultural que hay en Bilbao. Una medicina muy valiosa en los tiempos que corren, ya que te ayudan a olvidar a ciertos personajes que no deberían ni salir por la tele y ni siquiera de su palacio vitalicio.
Hay veces que un músico es capaz de dar lo mejor de sí mismo. Hay veces que un escritor es capaz de escribir una novela o la esencia de ella en una noche. A veces los pintores dan trazas a tientas y otras veces el pintor acierta a pintar el lienzo perfecto. Unas veces se gana y otras veces se pierde –como decía el concurso de los ochenta-, hay cosas que son inamovibles, unas cosas son maleables, y otras cosas definitivamente son exclusivas. Y hay veces que el escritor tiene que mojarse para contar la realidad; pues bien, este escritor está obligado a comentar su realidad subjetiva. Es la labor del cronista musical: comentar el órdago que acaba de ver, sea para bien o para mal.
Desde la última vez que vi a Catfish Louis en acción, hará algo así como un año, pero en fin, no vamos a ponernos melancólicos. Efectivamente, he visto a Louis, se puede decir que he visto al señor de las cuerdas, un hombre capaz de mover la cabellera más enjuta y engominada del público más sórdido y loco, el público más solemne y serio, y el público más entendido también. El único público que sobra fue el que en la primera mitad del concierto dieron la murga por detrás… Cómo no… Los cobardes siempre atacan por detrás, te dan por el culo, pero claro, ahí estaba el cordón sanitario de los aficionados al buen blues, el amor a los amigos, el afán de amistad que nos une a todos; y sobre todo ese buen rollo que inunda todos los viernes y sábados del Residence: un refugio para nostálgicos del CBGB de Nueva York.
Llegué diez minutos tarde a mi cita habitual con las cervezas y el humo, y me mezclé con el almizcle de los Apalaches, mezclé la bebida espirituosa de las montañas cantábricas con el aroma de las fogatas indias, y llegué a irradiarme con las ondas eléctricas del blues más auténtico. Los temas habituales se dieron cita en la sala, el que pasó después del primer pase vio lo mejor de la película. Pero había un montón de viejos temas y otros nuevos en la carpeta de Catfish, unos señalados en rojo y otros sin señalar… La verdad es que hubiera estado horas viéndoles y animándoles a que tocaran el bis eterno, pero la resistencia humana tiene un límite…
Estaba ideando mi venganza tramada tras segundos en un bucle de tiempo entre el humo del bar, y al final la venganza iba a ser lo más liviana posible, gracias a que el buen blues, el buen rollo, los buenos músicos, la buena medicina del amigo invierno me ha infligido en mis huesos, y cual participio me está redundando como gerundio pesado.
La trama de la película es ésta que os cuento a continuación, y no tiene más secreto. Si os creéis que os voy a contar que ha venido tal famoso al bar con la modelo de moda, estáis muy equivocados, porque tampoco he visto a ningún famoso; en Residence no existe eso…
Todo un éxito el concierto. Catfish ha sido como una apisonadora del blues, acompañado del incombustible Washboard Johnny el experto en lavadoras mecánicas y cortadoras de troncos musicales, el mesías del blues Yahvé Mediavilla y el chico de los fuegos artificiales Fidi, un mago del saxo, de la travesera y del flautín atontador de ratas, ovejitas, abejitas y zánganos de la miel del blues…
Todo esto ha acontecido en el Residence Café, un lugar del que hablo mucho, y poco se conoce en otros sitios de Bilbao, sólo se ha oído hablar de él, podría ser algo así, como el Reino de Mórdor, pero en clave musical; la gente que vamos allí tomamos un pan élfico muy nutritivo que trata de paliar el hambre cultural que hay en Bilbao. Una medicina muy valiosa en los tiempos que corren, ya que te ayudan a olvidar a ciertos personajes que no deberían ni salir por la tele y ni siquiera de su palacio vitalicio.
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