Esperar la presa a que venga a ti, es el símil que se puede utilizar para esperar a que las presas vengan al reclamo de un objetivo de cámara de fotos, sea réflex, compacta digital o analógica. Un safari fotográfico improvisado puede ser esto: despertarse a las 7:30 de la mañana, ducharse, desayunar, viajar en metro hasta una cercana población –en este caso Baracaldo-, o más conocido como ¡Baraka!
El día era lluvioso con menos o más intensidad, pero lluvioso al fin y al cabo; no había truenos, la tronada la llevábamos nosotros; para tener mucha suerte hay que abrir el tercer ojo, y más tarde el cuarto, aunque esto puede dar lugar a bromas pesadas y un poquito escatológicas.
Como llovía demasiado y encima el día se estaba tornando frío e inestable, nos decidimos calentar, yo con un carajillo y mi compañero con un coñá. Para un fotógrafo es bastante, sólo estar dentro de un bar al abrigo de 4 paredes y una calefacción calentita; no sólo hay luces y vasos, sino que también hay animalitos como perritos, unos revoltosos, otros somnolientos y sus dueños leyendo el As con avidez, como dice la canción… Bares qué lugares… Tan gratos para conversar.
Aún con lluvia, seguíamos retando a los elementos y nos pusimos verdaderamente manos a la obra, con el convencimiento de que a la esquina siguiente tendríamos otro bar… En Baracaldo hay vías de tren, edificios semiderruidos, ya cada vez menos; la parte nueva es una maravilla visualmente hablando… Y como ya he dicho hay bares, y tras hacer la última fotillo a algún incauto que pasaba por la calle tapándose con su paraguas, nos fuimos al siguiente bar… En este momento se estaba empezando a abrir el tercer ojo, gracias a toda la cafeína ingerida, junto con el efecto del rico marianito rojo y el rico coñá.
Hay algo innato en Baracaldo que lo caracteriza, y eso son sus gentes, tan “acogedoras” y tan “propias”. Había series de ladrillos de colores alineados de forma caótica en una tormenta de imágenes. El aura de Australia en un bar con un cocodrilo saliendo de la pared y un canguro esperando para recibirte. La historia la reescriben los reporteros de la imagen fresca y directa al mentón. Real como la vida misma.
Tras habernos avituallado con pinchos de toda clase, como es menester en cualquier localidad vizcaína, Don Quijote y Sancho Panza se dirigen a su próxima víctima, que no podría ser otra que las archiconocidas bolas de espejo que han colocado en el museo Guggenheim, con todas las posibilidades que ello implica con un 12x de zoom óptico.
Decidimos que ya era bastante frío el que estábamos chupando, y que se nos estaban poniendo las manos moradas y con poca movilidad y era hora de parar el carro, por lo menos por mi parte; otras personas no tienen límite, no más que otro límite de cuando el cuerpo te dice basta. Ya habían pasado 12 horas y el rally ya estaba llegando a su fin; subí a casa, dejé todos los bártulos, y ya tenía pensado de antemano que tenía que ver un concierto y no sabía bien cuál ir a ver. Por fin, me abrieron el cuarto ojo de pleno. Había un concierto de jazz cojonudísimo de Jackie Revlon con una banda maravillosa bastante rodada ya, por lo que pude ver. El concierto técnicamente más perfecto que he visto de Jackie, un sonido equilibrado, el sitio inmejorable, con un silencio sepulcral ante la diva más conocida de Bilbao. Una voz aterciopelada, un violín dialogando con Ella, un cajón haciendo las veces de percusión de escobillas pero con los muñones. Una guitarra y una guitarra de Estados Unidos y una voz para acompañar, y por último el hombre de los mil cachirulos y cuchufletas; esta vez bailando claqué con sus zapatos traídos de Inglaterra de importación; y el inevitable serrucho…
También en Indauchu, hay ciertas manías, modismos y formas de ser. Cuando acabó el concierto vino la fiesta del IMSERSO; los hoteles en España son así… Baile, música enlatada y cócteles de color rosa. Grandes éxitos del batzoki de hoy y de ayer, la lucha por sobrevivir en Indauchu con tanto estirado se hace imposible de soportar, sin antes de despedirnos de todos los músicos y dejar atrás a tanta gente con el jersey encima de los hombros; de estos que ven la lucha obrera como una extravagancia típica de antes de
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