Si piensas que enseñar a bailar, y
quieres escuchar buen rock and roll, creo que acabas de conocer al profesor, si
piensas que rockandrollear es sólo para personas con tupé, estás equivocado; si
piensas que los buenos profesores no existen, no llames a Iker Jiménez para buscarlo,
lo tuviste en Bilbao, en tu ciudad, vino de Nueva York a hacernos felices macho…
Y tú estabas en una asquerosa caravana cociéndote de calor para ir a Benidorm.
Sí, era Bilbao, llovía, era fiesta, la calle estaba desierta, pero allí estaba
un tío con un megáfono, el hombre más animoso que he visto sobre un escenario. (Él
es el profesor... Macho…) Así que ten cuidado con lo que dices de Elvis
Presley, de Little Richard, de Chuck Berry, cuidado con lo que dices de Jim
Morrison, o incluso de John Lennon, o te aconsejo seriamente que te vayas a ver
a Bustamante poner ladrillos, o te vayas a decir unos “yeahs” con Julio
Iglesias.
Con lentejuelas, unas gafas de Bono
en una cumbre revolucionaria de irlandeses libertarios, un sombrero de trilero,
una pinta de músico de salón con sinvergüenzas haciendo trampas debajo de la
mesa; las cartas estaban marcadas, esa noche lo íbamos a pasar bien, aunque
todos estuvieran en Benidorm, nosotros estábamos en Coney Island Baby…
Plantado en una silla, con dos
pedales en cada pie, en un pie una caja y en el otro un bombo, un megáfono para
dar las gracias y para gritar cosas locas, una voz cascada, un muñequito con
cara encendida y cuernos, un demonio que hablaba en un saco, una bandera de
Estados Unidos para secarse los sudores etílicos. Con una simpatía fuera de los
parámetros musicales al uso; lo suyo es amor por la profesión, de ahí su nombre…
Es el profesor tíos…
Su música es caliente, y hace en
directo temas clásicos que todo el mundo ha escuchado alguna vez, y otros escuchamos
“la gran música” recordando a Ray Charles con “What’d I Say”, “Good Golly Miss
Molly” de Little Richard, “Little Queenie” o “Roll Over Bethoven” de Chuck
Berry, o “Rock Around The Clock” de Bill Halley & The Comets, “Long Tall
Sally” de Little Richard o The Beatles o The Kinks o The Professor; estoy seguro
de que podría haber tocado más clásicos sin despeinarse ni perder ese
desparpajo que nos robó ese corazón de rock and roll que tenemos.
Pero el momento verdaderamente
especial, es cuando dijo que pidiéramos una canción cada uno, no recuerdo muy
bien cuáles eran las demás, pero la mía me vino como un rayo de luz desde una
cocina caliente, “Soul Kitchen” de The Doors fue la que pedí, y mis deseos se
hicieron realidad, complacido quedé, y durante unos tres minutos fui feliz.
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